martes, 28 de diciembre de 2010

LAS MILITANTES anarquistas individualistas: mujeres libres en la Belle Époque x Anne Steiner

[Traducción: Diego L. Sanromán]
En los trabajos que reconstruyen la génesis del movimiento feminista apenas se citan las figuras de las mujeres anarco-individualistas de principios del siglo XX. Tal vez, porque, siendo hostiles tanto al régimen parlamentario como a la relación salarial, se mantuvieron al margen de los combates emprendidos por las feministas de la Belle Époque para la obtención del derecho al voto y por la mejora de las condiciones de trabajo de las mujeres; y acaso también porque, con excepción de artículos publicados en la prensa libertaria y de algunos panfletos hoy olvidados, dejaron pocas huellas escritas.
Estas mujeres, que no fueron ni reformistas ni revolucionarias, expresaron esencialmente su rechazo de las normas dominantes mediante prácticas tales como la unión libre, a menudo plural, la participación en experiencias de vida comunitaria y de pedagogía alternativa y, en fin, mediante la propaganda activa a favor de la contracepción y el aborto al lado de los militantes neo-malthusianos. Al evocar sus itinerarios y sus escritos, nos gustaría dotar de algo de visibilidad a estas “marginales” que desearon, sin dejarlo para hipotéticos mañanas de utopía, vivir libres aquí y ahora.
El anarquismo individualista: una corriente emancipadora
El rechazo del obrerismo
Puede fecharse a finales de los años 1890 la aparición en Francia de una corriente individualista en el seno del movimiento anarquista. Enfrentada tanto a los anarquistas comunistas como a los anarco-sindicalistas, tanto a quienes sueñan con la insurrección como a quienes ponen todas sus esperanzas en la huelga general, se caracteriza por la primacía concedida a la emancipación individual por encima de la emancipación colectiva. Su desconfianza con respecto a toda tentativa revolucionaria procede en parte de que la creen condenada al fracaso, al menos en el futuro próximo, y de que rechazan la condición de generación sacrificada:
Los individualistas son revolucionarios, pero no creen en la Revolución. No creer en ella no quiere decir que sea imposible. Tal cosa resultaría absurda. Nosotros negamos que sea posible antes de mucho tiempo; y añadimos que, si un movimiento revolucionario se produjese en el presente, aunque saliese victorioso, su valor innovador sería mínimo […]. La revolución aún está lejana; y, puesto que pensamos que las alegrías de la vida se encuentran en el Presente, creemos poco razonable consagrar nuestros esfuerzos a dicho futuro [1].
Esta urgencia por vivir es reafirmada constantemente a lo largo de las columnas de l’anarchie, órgano de los individualistas anarquistas: “La vida, toda la vida, se encuentra en el presente. Esperar es perderla” [2]. Pero su rechazo de trabajar por la revolución se funda también en la certidumbre de que ésta no podría dar a luz un mundo mejor en el actual estado de las mentalidades:
Siempre hemos dicho que votar no servía de nada, que hacer la revolución no servía de nada, que sindicarse no servía de nada en tanto los hombres sigan siendo lo que son. Hacer la revolución uno mismo, liberarse de los prejuicios, formar individualidades conscientes, he aquí el trabajo de la anarquía [3].
Realizan, en efecto, una constatación pesimista del estado de alienación en el que se encuentran sumergidas las masas, de su debil combatividad, de su demasiado elevada natalidad, del excesivo consumo de alcohol y tabaco.
Su crítica del obrerismo es feroz. Acusan a los revolucionarios y a los sindicalistas de rendir culto al trabajador, a un trabajador de imagen de Épinal, sano, vigoroso y orgulloso. A la clase obrera redentora, sujeto de la historia, oponen “el lamentable rebaño” cuya resignación confirma la tesis de la servidumbre voluntaria desarrollada por La Boétie. Convencidos de que la opresión no se mantiene más que por la complicidad de los oprimidos, consideran que la lucha contra los tiranos interiores debe acompañar a la lucha contra los tiranos exteriores:
El enemigo más áspero de combatir está en ti, está anclado en tu cerebro. Es uno, pero tiene diversas máscaras: es el prejuicio Dios, el prejuicio Patria, el prejuicio Familia, el prejuicio Propiedad. Se llama Autoridad, la santa prisión Autoridad, ante la cual se inclinan todos los cuerpos y todos los cerebros [5].
Es esta voluntad de introducir la racionalidad en todos los aspectos de la vida cotidiana la que les conducirá a rehabilitar el placer, a denunciar la represión sexual y la institución del matrimonio y a hacer de la emancipación de las mujeres una condición de la emancipación de todos. Convencido de que no puede haber regeneración social sin regeneración individual previa, el anarquista individualista es un “educacionista-realizador”, conforme a la clasificación propuesta por Gaetano Manfredonia [6]; es decir, un militante que, a diferencia del insurreccional o del sindicalista, no considera la revolución ni posible ni deseable si no va precedida de una evolución de las mentalidades.
De las universidades populares a las charlas populares
Esta concepción de la lucha llevó a los anarquistas individualistas a participar en la experiencia de las universidades populares, nacidas en el contexto del asunto Dreyfus por iniciativa de Georges Deherme, obrero tipógrafo de sensibilidad anarquista, y de Gabriel Séailles, profesor de filosofía en la Sorbona. Por una muy módica cuota, los afiliados tenían acceso a una biblioteca de préstamo, cursos de idiomas, consultas jurídicas, y podían seguir las conferencias que se organizaban varias tardes por semana. Entre 1899 y 1908, doscientas treinta universidades populares abrieron sus puertas en el conjunto del territorio francés para un auditorio de varias decenas de miles de personas. Sus modalidades de funcionamiento variaban algo de unas a otras, pero el principio era el mismo: traer a los intelectuales al pueblo y permitir a todos el acceso a la cultura. Todos los temas, todas las disciplinas, eran abordados por conferenciantes voluntarios, estudiantes, periodistas, profesores de secundaria y maestros, y, más raramente, profesores universitarios, sin gran preocupación por la coherencia. Se podía hablar una tarde de poesía contemporánea o de arte egipcio y la siguiente de astronomía o telefonía. Pero los oradores no dominaban siempre la materia y la audiencia carecía, en la mayoría de las ocasiones, de la formación de base que le habría permitido captar el contenido de las intervenciones. Esto suscitó cierto número de reservas, tanto entre los intelectuales, que temían los perjuicios ocasionados por una torpe vulgarización, como entre los militantes, que recelaban de que el escenario de las universidades populares se transformase en campo de entrenamiento para jóvenes intelectuales más ambiciosos [7] que generosos.
Fue este temor el que llevó a los anarquistas individualistas Libertad y Paraf-Javal a fundar las charlas populares [causeries populaires, en francés], más explícitamente libertarias en su modo de funcionamiento. Las primeras sedes para las conferencias y los debates se abrieron en los barrios de Ménilmontant y de Montmartre; las siguientes, en la periferia e incluso en provincias. Tras el éxito obtenido por estas iniciativas, algunos individualistas parisinos decidieron fundar un periódico para favorecer la circulación de ideas entre los diferentes grupos e intercambiar experiencias. En abril de 1905 sale el primer número del semanario l’anarchie. “Estas páginas –afirma el editorial- desean ser el punto de contacto entre todos aquellos que, por todo el mundo, viven como anarquistas, bajo la única autoridad de la experiencia y el libre examen”. El periódico, con una tirada de seis mil ejemplares, se convierte rápidamente en el primer órgano individualista y garantiza una nueva visibilidad a una corriente hasta entonces obligada a expresarse en las columnas de publicaciones libertarias de sensibilidad diferente. Aparece regularmente desde 1905 hasta 1914 y cuenta con numerosos abonados en provincias.
Trayectoria de los y las militantes
Los hijos de la primera democratización escolar
En su gran mayoría, los militantes anarquistas individualistas que gravitan en torno a las charlas populares y que se reconocen en l’anarchie son jóvenes obreros parisinos, nacidos en provincias entre 1880 y 1890, que dejaron la escuela a la edad de doce o trece años y que vivieron dolorosamente ese contacto precoz con el mundo del trabajo. Muchos de ellos se sindicaron y participaron en conflictos sociales violentamente reprimidos y condenados al fracaso, lo que durante mucho tiempo quebró su confianza en la acción de masas. Arrancados de una escuela en la que a menudo habían destacado, pero que no les había provisto más que de un saber elemental, no pueden reconocerse en la clase social a la que han sido asignados. Han estado, en efecto, escolarizados más tiempo que sus padres, obreros o campesinos apenas alfabetizados, sin que se les ofreciera la menor perspectiva de movilidad social. En una sociedad en la que la condición obrera no mejora sino muy lentamente, se ven privados de toda posibilidad de desarrollo personal. De ahí que se reconozcan en lo constatado por Victor Kibalchich, el futuro Victor Serge, en l’anarchie:
¿Qué es vivir para el anarquista? Es trabajar libremente, amar libremente, poder conocer cada día un poco más de las maravillas de la vida… Reivindicamos toda la vida. ¿Sabéis lo que se nos ofrece? Once, doce o trece horas de labor cada día para obtener la pitanza cotidiana. ¡Y menuda labor y qué pitanza! Labor automática bajo una dirección autoritaria en condiciones humillantes e indecentes, por medio de la cual se nos permite la vida en la grisalla de los barrios pobres [8].
Esta voluntad de escapar de una condición considerada envilecedora condujo a algunos de los anarquistas individualistas al ilegalismo, considerado como una práctica subversiva y un medio de supervivencia al margen del salario. La falsificación de moneda o de billetes y el robo son puestos en práctica por algunos camaradas, y las condenas de cárcel o a trabajos forzados son, a menudo, el precio que tienen que pagar. Esta deriva ilegalista alcanaza su apogeo en una serie de sangrientos atracos perpetrados en 1912 en la estela del asunto Bonnot. Uno de los protagonistas de esta trágica epopeya, Octave Garnier, se hace eco de las palabras de Victor Serge en las memorias encontradas en el lugar de su ejecución: “Porque no quería vivir la vida de la sociedad actual ni esperar a estar muerto para vivir, me defendí contra mis opresores con todos los medios a mi disposición” [9].
Pero, ya sean partidarios o adversarios del ilegalismo, los individualistas, para vivir como anarquistas aquí y ahora y no dentro de cien años, como les exhortaba Libertad, privilegian sobre todo la vía de la experimentación social. Fundan colectivos de hábitat y de trabajo, intentan restringir su consumo suprimiendo todos los productos dañinos o inútiles, llevan vestimentas menos rígidas, practican el nudismo, defienden la libertad sexual y ponen medios para no tener más hijos que los que desean. Esta búsqueda de una vida distinta se traduce igualmente en prácticas como las baladas dominicales en espacios campestres en los alrededores de París o las estancias en Chatelaillon, una ciudad balnearia al sur de La Rochelle en el que se encuentran cada verano por iniciativa de Anne Mahé, co-fundadora de l’anarchie, para hacer de “esta playa de magnífica arena, que los burgueses no invadirán pues mantenemos la guardia, un rincón de camaradería, al margen de los prejuicios [10]”.
La importancia de las mujeres en el movimiento
Numerosas mujeres se sumaron al discurso individualista y tomaron parte en el movimiento de las charlas. Resulta muy difícil establecer cifras, puesto que los anarquistas no mantienen un registro de sus afiliados: forman una constelación de contornos movedizos. Pero todos los informes de la policía atestiguan su presencia en las reuniones y, en ocasiones, revelan su asombro, mientras que algunas instantáneas tomadas durante las baladas dominicales por los propios individualistas muestran que su presencia es abundante. Casi todas son jóvenes provincianas, de origen modesto, llegadas a París antes de cumplir los veinte. Muchas de ellas han seguido sus estudios hasta conseguir el diploma elemental y se declaran institutrices de profesión. Pero pocas de ellas han llegado hasta el final el fastidioso proceso de las suplencias, intercalado por largos intervalos sin paga, reservado entonces a aquella que no habían pasado por la Escuela Normal de Institutrices. Para vivir, recurrieron a trabajos de modista o a puestos de oficina poco cualificados. El discurso individualista, que rompe con el obrerismo y propone a todo el mundo perspectivas de emancipación inmediatas, seduce a estas jóvenes, a las que su excelencia escolar y sus esfuerzos no han conseguido sacar de una situación miserable. Algunas se convierten en colaboradoras regulares u ocasionales de publicaciones anarquistas, hacen turnés de conferencias por invitación de grupos libertarios de provincias y redactan panfletos que consiguen una amplia difusión.

Otras, menos dotadas de capital cultural, dejaron pocos trazos escritos y no aparecen más que en los informes de la policía o en los procesos verbales de interpelación o de registro. Son criadas, lavanderas, sirvientas, costureras o intentan escapar a la relación salarial montando puestos de mercería en los mercados. Inmersas en el medio, todas ellas adoptan sus códigos, se comprometen en relaciones duraderas o efímeras con camaradas, a veces con varios simultáneamente, pasando en la mayoría de las ocasiones del matrimonio, y protegiéndose contra los nacimientos no deseados. Algunas, como Anna Mahé, que rechazan toda inmisión del Estado en su vida privada, llegan hasta a negarse a inscribir a sus hijos en el registro civil. Esforzándose por vivir como anarquistas sin esperar a mañana y por escapar a la relación salarial, participan en experiencias de vida comunitarias e intentan educar de forma distinta a sus hijos, proyectando con tal fin la fundación de estructuras educativas alternativas abiertas a todos, realizando así una vocación de institutriz fuera de los modelos laicos y congregacionistas, a los que refutan por igual. Se las puede ver en las manifestaciones y participan en las escaramuzas que enfrentan a los individualistas con sus adversarios políticos o con las fuerzas del orden. Otras, en fin, se encuentran comprometidas en actividades ilegalistas como la emisión de moneda falsa o están implicadas en robos y atracos.
Refractarias y propagandistas activas: algunas figuras
Rirette Maîtrejean: una adolescente rebelde
Una de las figuras más conocidas del movimiento es Rirette Maîtrejean, quien, después del asunto Bonnot, en el que estuvo implicada, confió sus memorias a una gran publicación de la época. Nacida en Corrèze en 1887, frecuenta la escuela primaria superior y se prepara para la profesión de institutriz, pero el fallecimiento de su padre le obliga a renunciar a sus proyectos. Para escapar al matrimonio que su familia pretende imponerle entonces, huye a París a la edad de dieciséis años. Allí trabaja como costurera sin renunciar, sin embargo, a completar su formación intelectual. Rechaza el enclaustramiento en la condición obrera, frecuenta la Sorbona y las universidades populares, en las que conoce a militantes individualistas que le descubren las charlas animadas por Libertad y los suyos. Son el rechazo de las asignaciones en términos de clase y de género y la importancia concedida a la subjetividad los que seducen a esta desclasada, hija de campesino convertido en albañil, institutriz obligada a trabajar con las manos. Encinta poco después de su llegada a París, se casa con un talabartero, habitual de las charlas, y trae al mundo a dos niños con diez meses de intervalo. Su segunda hija todavía no ha cumplido los dos años cuando abandona a su pareja, con la que no tiene intercambios intelectuales satisfactorios, para vivir con un “teórico” del movimiento, estudiante de medicina, que mantiene una sección científica en l’anarchie. A su lado se convierte una propagandista activa y participa en todas las manifestaciones en las que están presentes los individualistas. Juntos se ocupan durante algunos meses de la dirección del periódico tras la muerte de Libertad, y antes de embarcarse en un largo viaje que los llevará hasta Italia y Argelia. De vuelta a París, la pareja se separa y Rirette se convierte en la compañera de Victor Kibalchich, joven anarquista individualista de origen ruso ya conocido por sus artículos. Junto a él, asume de nuevo la responsabilidad del órgano individualista, en un momento en el que los debates en torno al ilegalismo desgarran al movimiento. Inculpada por asociación de malhechores tras una serie de atracos perpetrados por gentes cercanas a l’anarchie, de la que es entonces gerente oficial, cumple un año de prisión preventiva antes de ser finalmente absuelta. Después de su liberación, se aleja del movimiento individualista, del que condena su deriva ilegalista y en el que observa ciertas reservas políticas. Convertida en correctora en los años que siguen a la Primera Guerra Mundial y afiliada al sindicato de correctores, Rirette conserva, sin embargo, fuertes vínculos con el medio libertario.
Anne Mahé y Émile Lamotte: el combate por una pedagogía alternativa
Nacida en 1881, en Loira Atlántico, Anna Mahé frecuenta el ambiente de las charlas desde 1903, poco tiempo después de su llegada a París. Se ocupa, con Libertad, de la dirección de l’anarchie, mientras su hermana Armandine, institutriz como ella, se encarga de la tesorería. Las dos comparten la vida de Libertad, del que cada una tiene un hijo. Pero pronto se comprometen en relaciones afectivas con otros camaradas, que, como ellas, viven en el número 22 de la calle del Chevalier-de-la-Barre, comunidad de hábitat que es también la sede del periódico, y al que la policía y los periodistas apodan el “Nido rojo”. Anna es autora de numerosos artículos aparecidos en l’anarchie, así como en la prensa regional, y de algunos panfletos. Escribe en ‘ortografía simplificada’, pues estima que los ‘prejuicios gramaticales y ortográficos’ constituyen un motivo de ralentización del aprendizaje de la lengua escrita y están al servicio de un proyecto de ‘distinción’ de las clases dominantes. Acusa a ‘tales absurdeces del lenguaje’ de romper el impulso espontáneo de los niños hacia el saber y de sobrecargar inútilmente su espíritu. Considera, por otro lado, demasiado precoz el aprendizaje de la lectura y la escritura; la iniciación científica, que se refiere más a la observación y a la experimentación, deberían, en su opinión, preceder a aquél, pues podría suponer un poderoso estímulo al desarrollo intelectual del niño. Anna tiene sus referentes en los pedagogos libertarios Madeleine Vernet y Sébastien Faure, que aplican métodos de pedagogía activa en el ámbito de los internados [11], que ellos mismos han creado y animan. Tiene el proyecto de fundar un externado en Montmartre que funcionaría conforme a los mismos principios para los niños del barrio, pero la realización de tal proyecto, durante mucho tiempo diferida por motivos financieros, jamás verá la luz. Los informes de la policía la describen como una mujer de carácter que posee un fuerte ascendiente sobre Libertad, incluso después de su relación. Sin embargo, Anna no desempeñará más que un papel desvaído después de la muerte de este último y dejará la dirección del periódico a otros militantes.
Otra institutriz, Émilie Lamotte, dejó también su huella en este medio. Nacida en 1877 en París, antigua institutriz congregacionista y pintora aficionada, comienza a escribir en 1905 en Le Libertaire, antes de colaborar en l’anarchie. En 1906, funda, junto con algunas compañeras y compañeros, una colonia libertaria en una granja de Saint-Germain-en-Laye, donde se establece con sus cuatro hijos. Dotada de una imprenta, de una biblioteca y de una escuela, dicha comunidad de trabajo y de hábitat es un auténtico centro de propaganda anarquista. Émilie Lamotte, que es una conferenciante muy solicitada, se ausente regularmente para embarcarse en turnés de propaganda a través de toda Francia. En ellas evoca su experiencia profesional y expone sus críticas tanto a la escuela confesional como a la escuela laica, que “enseña el respeto a la Justicia, al ejército, a la patria, a la propiedad, y la inferioridad del extranjero” [12], que anula la curiosidad natural del niño y le impone una disciplina tan nociva para el cuerpo como para el espíritu.
El educador libertario debe estar bien convencido por el principio de que la enseñanza en la que el niño no es el primer artesano de su educación es más peligrosa que provechosa […]. Se debe considerar, intrépidamente, al niño como un genio al que debe aprovisionarse de la materia de sus descubrimientos y los instrumentos de su experiencia [13].
Al igual que Anna Mahé, considera que la enseñanza científica debe ir por delante de las enseñanza de las sutilezas de la lengua y condena el “terrible sistema de castigos y recompensas” [14] todavía en práctica en la escuela primaria. Anima a los libertarios a organizar, en los barrios en los que residen, estudios anarquistas que funcionen después de las clases para ofrecer a los niños del pueblo una educación complementaria capaz de contrarrestar “el pernicioso influjo” de la escuela. Émilié Lamotte lleva a cabo, de palabra y por escrito, una activa propaganda neo-malthusiana y contribuye a difundir cierta cantidad de técnicas contraceptivas, de las cuales explica el principio, las ventajas y los inconvenientes respectivos en detallados folletos, actividad que está entonces sujeta a sanciones penales. A finales del año 1908, abandona la colonia, que descompone bajo el peso de las tensiones internas, y experimenta la vida nómada, recorriendo en caravana, junto a André Lorulot, su compañero de la época, las carreteras del Mediodía, para dar una serie de conferencias. Contempla la idea de llegar hasta Argelia, pero, enferma, muere en el camino pocos meses después de su partida, el 6 de junio de 1909, no lejos de Ales, en el Gard.
Jeanne Morand: criada y anarquista

Queda por evocar la figura de Jeanne Morand, originaria de Saône-et-Loire, que llega a París en mayo de 1905, a la edad de 22 años, para colocarse como criada. Educada en un medio familiar permeable a las ideas libertarias, lectora asidua de la prensa anarquista, pronto frecuenta las charlas populares, y deja a sus patrones dos años después de su llegada a París para instalarse en la sede de l’anarchie. Es arrestada en diversas ocasiones por alteración del orden público, pegada de carteles, participación en manifestaciones prohibidas, etc. Tras la muerte de Libertad, del que fue la última compañera, retoma durante algunos meses la gestión del semanario individualista junto a Armandine Mahé. Sus hermanas pequeñas, Alice y Marie, que se reúnen con ella en París, se mueven en los mismos círculos. En los años que preceden a la guerra, Jeanne es nombrada secretaria de un comité femenino que se moviliza contra la ley que ampliaba el servicio militar de dos a tres años. Publica entonces cierta cantidad de artículos antimilitaristas en la prensa libertaria y toma muy a menudo la palabra en los mítines. En 1913, participa en la creación de un ‘curso de dicción y de comedia’, dependiente del ‘Teatro del Pueblo’ y toma parte igualmente en la fundación de una cooperativa de cine libertario, ‘el cine del pueblo’, que produce obras documentales y de ficción que muestran las condiciones de vida de los obreros y la organización de las luchas. Durante la guerra se refugia en España con su compañero, Jacques Long, desertor; más tarde, vuelve a Francia y reanuda clandestinamente la propaganda antimilitarista. Es condenada en 1922 a cinco años de prisión y a diez de exilio por llamar a la deserción. Al tribunal que la acusa de ser una anti-patriota le responde “que impedir la muerte de jóvenes franceses es un acto más patriótico que enviarlos a ella”. Emprende dos huelgas de hambre para obtener el reconocimiento de presa política y recibe un amplio apoyo en el exterior, más allá incluso del movimiento libertario. A su salida de prisión, conserva fuertes lazos con varios de sus antiguos camaradas, pero su militantismo es menos ofensivo: en 1927 es eliminada de la lista de anarquistas vigilados por la policía. Aquejada de delirios paranoicos, en los años posteriores conocerá una vida errante y miserable.
Una herencia ignorada
Todas estas mujeres tienen en común, a través de la diversidad de sus recorridos, el haber rechazado a la vez el matrimonio, que asimilaban a una forma de prostitución legal, y la condición de dominadas y explotadas que se les ofrecía en el marco de las relaciones salariales. Se apropiaron de las posibilidades de emancipación inmediata que les ofrecía el único movimiento político que concedía a la esfera privada una importancia determinante. Mediante la invención de nuevas formas de vida, que incluían las experiencias comunitarias, la educación anti-autoritaria de los niños, la afirmación de una sexualidad libre, llevaron a cabo una forma exigente de propaganda por el hecho.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa, a la cual se sumaron algunos individualistas, aceleraron la descomposición de la herencia de Libertad, ya debilitada por el sectarismo y ciertas derivas sectarias. Y, sin embargo, pueden encontrarse, en las aspiraciones del movimiento que sacudió a la juventud occidental a finales de los años sesenta, la mayoría de los ideales que defendieron estas mujeres, y puede reconocerse el ‘gozar sin límites’ de los libertarios de Mayo como un eco lejano del ‘vivir su vida’ de los anarquistas individualistas de la Belle Époque.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Matrimonio y amor:




 
 
Matrimonio y amor:
Existe un concepto generalizado acerca del matrimonio y el amor, y es que son sinónimos, que surgen por los mismos motivos o causas y cubren las mismas necesidades humanas. Como muchos de los pareceres del sentido común, éste no descansa sobre hechos reales, sino sobre supersticiones.
Matrimonio y amor no tienen nada en común; están tan lejos el uno del otro como los dos polos; son, en realidad, antagonistas. Sin duda hay algunos matrimonios que han sido resultado del amor. No tanto porque el amor pueda imponerse sólo a través del matrimonio, sino más bien porque son pocos quienes pueden liberarse por completo de la norma establecida. Existe hoy en día un gran número de mujeres y hombres para quienes el matrimonio no es nada más que una absurda comedia a la que se someten en aras de la opinión pública. De cualquier modo, si bien es cierto que algunos matrimonios están basados en el amor, y siendo igualmente cierto que en algunos casos el amor se prolonga en la vida matrimonial, yo sostengo que lo hace a pesar de, y no gracias a, el matrimonio.
Por otro lado, es totalmente falso que el amor sea consecuencia del matrimonio. En alguna rara ocasión llega a nuestros oídos el caso milagroso de una pareja de casados que se enamora después del matrimonio, pero si nos remitimos a una mirada detenida, encontraremos que se trata de una mera adaptación a lo inevitable. Ciertamente el acostumbramiento del uno al otro está muy lejos de la espontaneidad, intensidad y belleza del amor, sin las cuales la intimidad del matrimonio debe resultar degradante tanto para la mujer como para el hombre.
El matrimonio es ante todo un arreglo económico, un contrato de seguros, que sólo se distingue de un contrato normal de seguro de vida en que obliga más y exige más. Sus beneficios son insignificantemente pequeños si se los compara con la inversión hecha. Al contratar una póliza de seguros, pagamos por ella, quedando siempre en libertad de interrumpir los pagos. Sin embargo, si la prima de una mujer es un marido, ella tendrá que pagar por esa prima con su nombre, su privacidad, su autoestima, su vida misma, "hasta que la muerte los separe". Más aún, el seguro matrimonial la condena a una dependencia de por vida, al parasitismo, a la completa inutilidad, tanto individual como social. También el hombre paga su peaje, pero como su mundo es más amplio, el matrimonio no lo limita tanto como a la mujer. Siente sus grilletes más que nada en el aspecto económico.
Las palabras de Dante sobre el Infierno se aplican con igual fuerza al matrimonio: "Aquél que entra aquí deja atrás toda esperanza".
Que el matrimonio es un fracaso es algo que nadie, excepto los más obtusos, podría negar. Basta echar una mirada sobre las estadísticas de divorcio para darnos cuenta de cuán amargo puede ser realmente un matrimonio fracasado. Ni podrá hacerlo tampoco el estereotipado y filisteo argumento de que la permisividad de las leyes de divorcio y la creciente libertad de la mujer justifican el hecho de que: primero, uno de cada doce matrimonios termina en divorcio; segundo, desde 1870 los divorcios han aumentado de 28 a 73 por cada cien mil personas; tercero, que desde 1867, el adulterio, como motivo de divorcio, se ha incrementado 270,8 por ciento; cuarto, que el abandono conyugal se incrementó en 369,8 por ciento.
Súmese a estos alarmantes trazos iniciales todo un vasto acopio de material, dramático y literario, que aclara aún más este tema. Robert Herrich en Together [Juntos], Pinedo en Mid-Channel [En medio del canal], Eugene Walter en Paid in Full [Pagado en su totalidad], y muchísimos otros escritores que examinan la esterilidad, la monotonía, la sordidez, la insuficiencia del matrimonio como elemento de comprensión y armonía.
El estudioso de lo social que reflexione no se conformará con la superficialidad vulgar de la justificación para este fenómeno. Tendrá que profundizar muchísimo en las vidas mismas de los sexos para saber por qué el matrimonio resulta ser tan desastroso.
Edward Carpenter dice que detrás de cada matrimonio está el entorno, de toda una vida, de los dos sexos; entornos tan distintos entre ellos que el hombre y la mujer tendrán que seguir siendo extraños. Separados por una insalvable muralla de supersticiones, costumbres y hábitos, el matrimonio no tiene la potencialidad de desarrollar el conocimiento mutuo y el respeto por el otro, sin los cuales toda unión está condenada al fracaso.
Henrik Ibsen, que detestaba toda simulación social, fue probablemente, el primero en darse cuenta de esta gran verdad. Nora abandona a su esposo, no porque esté cansada de sus responsabilidades ni porque sienta la necesidad de reivindicar los derechos de la mujer -como lo diría una crítica torpe e inepta-, sino porque se hace consciente de que durante ocho años ha vivido con un desconocido y ha parido sus hijos. ¿Puede haber algo más humillante, más degradante que una proximidad de por vida entre dos desconocidos? Nada necesita saber la mujer del hombre, excepto sus ingresos. En cuanto al conocimiento de la mujer --¿es que hay que conocer algo, aparte de su agradable apariencia? No hemos superado aún el mito teológico sobre la carencia de alma de la mujer, donde ella es un mero apéndice del hombre, sacada de su costilla para beneficio del señor, un señor con tanta fortaleza que temía a su propia sombra.
Tal vez la baja calidad del material del cual proviene la mujer sea responsable de su inferioridad. De cualquier modo, la mujer no tiene alma…¿qué hay que saber sobre ella? Además, mientras menos alma tenga una mujer, mayores serán sus activos como esposa y más fácilmente se asimilará a su marido. Es esta esclavitud resignada a la superioridad del hombre la que ha mantenido la institución conyugal aparentemente intacta por tanto tiempo. Ahora que la mujer está haciéndose dueña de sí misma, ahora que se está tomando a sí misma como ser independiente de la gracia de su dueño, la sagrada institución del matrimonio se ve gradualmente minada, y no habrá lamento sentimentaloide alguno que pueda mantenerla en pie.
Prácticamente desde su misma infancia se le dirá a cualquier niña común y corriente que el matrimonio ha de ser su objetivo final, y por eso, su preparación y educación irán directamente enfocadas a esa meta. Así como a la callada bestia se la engorda para el matadero, a ella se la preparará para eso. Pero, extrañamente, se le permitirá saber mucho menos de su función como madre y esposa que lo que sabe el artesano más común de su oficio. Es indecente y asqueroso que una chica respetable sepa algo de la relación marital. Ah, cuánta inconsistencia en la respetabilidad, que necesita de los votos matrimoniales para transformar algo asqueroso en el más puro y sagrado acuerdo, al que nadie osaría cuestionar o criticar. Sin embargo, esa es exactamente la actitud del defensor promedio de la institución matrimonial. La futura esposa y madre, preservada en una ignorancia completa de aquello donde radica su único valor en el campo competitivo, …el sexo. De este modo, entra en una relación con un hombre, relación que durará toda la vida, sólo para encontrar que se siente conmocionada, disgustada y ofendida más allá de todo límite, por el más natural y saludable de los instintos, el sexo. Valga decir que un gran porcentaje de la infelicidad, tristeza, angustia y sufrimiento físico que se padecen en el matrimonio se debe a una ignorancia criminal sobre materias sexuales, lo que es ensalzado como una gran virtud. No es en absoluto una exageración cuando digo que más de un hogar se ha roto por este hecho deplorable.
Por el contrario, si la mujer es libre y lo suficientemente capaz como para aprender los misterios del sexo sin la sanción del Estado o la Iglesia, quedará condenada como totalmente inadecuada para convertirse en la esposa de un "buen" hombre, significando por "bueno" una cabeza vacía y dinero en abundancia. ¿Puede haber algo más violento que la idea de que una mujer adulta, saludable, llena de vida y pasión, tenga que negar las exigencias de la naturaleza, reprimir sus deseos más intensos, minar su salud y quebrantar su espíritu, atrofiar su imaginación, abstenerse de las profundidades y glorias de la experiencia sexual hasta que un hombre "bueno" llegue a su lado para tomarla como esposa? Esto es precisamente lo que significa el matrimonio. ¿Cómo puede acabar un arreglo tal, que no sea en fracaso? Este es un factor en el matrimonio, y no es el menos importante, que lo diferencian del amor.
Nuestros tiempos son de pragmatismo. El tiempo en que Romeo y Julieta desafiaban la ira de sus padres por amor, en que Gretchen se autoexpuso al chismorreo de sus vecinos por amor, no lo era. Si en alguna rara ocasión los jóvenes se permiten el lujo del romance, son rescatados por sus mayores, que les enseñan y disciplinan hasta que se pongan "razonables"
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La lección moral que se inculca a la niña no es que un hombre la despierte al amor, si no más bien: "¿Cuánto?" El único y fundamental Dios de la vida práctica americana es: ¿Puede el hombre ganarse el sustento? ¿Puede mantener a una esposa? Eso es lo único que justifica el matrimonio. Gradualmente esto va impregnando cada pensamiento de la chica; sus sueños no son de luz de luna y besos, de risas y lágrimas; sueña con salidas de compras y mostradores de gangas. Esta pobreza espiritual y sordidez son los elementos inherentes a la institución matrimonial. El Estado y la Iglesia no aprueban otro ideal, simplemente porque éste es el único que necesitan el Estado y la Iglesia para el control de hombres y mujeres.
Sin duda que hay personas que siguen considerando el amor por encima del dinero. Y esto es especialmente cierto para aquel grupo cuyas necesidades económicas le han obligado a hacerse económicamente independiente. El tremendo cambio en la posición de la mujer, forjado por ese poderoso factor, es verdaderamente espectacular, cuando reflexionamos en el corto tiempo transcurrido desde que entró al terreno industrial. Seis millones de mujeres asalariadas; seis millones de mujeres que tienen el mismo derecho que los hombres a ser explotadas, a ser robadas, a ir a huelga, y siempre, a morirse de hambre. ¿Algo más, mi señor? Sí, seis millones de mujeres de todas las edades en cada esfera, desde el más elevado trabajo intelectual hasta la más difícil labor rutinaria en las minas y en las vías del ferrocarril. Sí, incluso detectives y policías. Sin duda, la emancipación es completa.
Pero a pesar de todo esto, sólo un número muy reducido del enorme ejército de mujeres asalariadas consideran el trabajo como cuestión permanente, con la misma perspectiva que lo hace el hombre. No importa cuán decrépito esté, se le ha programado para ser autónomo e independiente económicamente.. Sí, sí, ya sé que nadie es realmente independiente en nuestra rutina económica; pero aún así, aún el más insignificante espécimen de hombre odia, de todos modos, ser un parásito, ser conocido como tal.
La mujer considera su condición de trabajadora como transitoria, pudiendo ser echada a un lado por el primer postor. Esta es la razón por la cual es extremadamente más difícil organizar a las mujeres que a los hombres, "¿Por qué tendría yo que incorporarme a un sindicato? Me voy a casar, voy a tener un hogar". ¿No se le ha enseñado desde la infancia a considerar esta idea como su más profunda vocación? Aprende, demasiado bien y pronto, que el hogar, aunque no sea una prisión tan grande como la fábrica, tiene puertas y barrotes más sólidos, con un guardián tan leal que nada podrá escapársele. La parte más trágica es, no obstante, que el hogar no la libera de la esclavitud salarial; sólo aumenta sus tareas.
De acuerdo a las últimas estadísticas presentadas a una comisión "sobre trabajo y salario y hacinamiento de la población", el diez por ciento de las trabajadoras asalariadas, sólo de la ciudad de Nueva York, son casadas, y aún así, tienen que seguir trabajando en tareas que son las peor pagadas en el mundo. Agreguemos a este horrible aspecto las fatigosas tareas domésticas, y ¿qué queda entonces de la protección y esplendor del hogar? De hecho, aún las chicas de clase media casadas no pueden hablar de su hogar, ya que es el hombre quien crea todo lo que la rodea. No es relevante que el esposo sea un bruto o un encanto. Lo que yo quisiera demostrar es que el matrimonio le garantiza a la mujer un hogar sólo por gracia de su marido. Allí ella se mueve en el hogar de él, año tras año, hasta que su visión de la vida y de los temas humanos pasa a ser tan plana, estrecha y monótona como su entorno. No puede sorprender que se transforme en una amargada, mezquina, pendenciera, chismosa, insoportable, que aleja al hombre del hogar. No podrá irse, aunque lo desease; no existe lugar donde ir. Además, el corto período de vida matrimonial, de renuncia completa a todas su propias facultades, incapacita totalmente a una mujer común y corriente para actuar en el mundo exterior. Se volverá descuidada en su apariencia, torpe en sus movimientos, dependiente en sus decisiones, cobarde en sus juicios, una carga y una lata, que provocará en la mayoría de los hombres odio y desprecio. Una atmósfera maravillosamente inspiradora para dar vida ¿no es así?
Y en cuanto al niño, ¿cómo podrá ser protegido, si no es por el matrimonio? Después de todo ¿no es esa la consideración más importante? ¡Cuánto simulacro, cuánta hipocresía hay en esto! El matrimonio protegiendo a la infancia, con miles de niños desamparados y abandonados. El matrimonio protegiendo a la infancia, cuando los orfelinatos y reformatorios están sobrepoblados, y la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Niños debe ocuparse en rescatar a las pequeñas víctimas de sus "amantes" padres, para entregarlos a un cuidado más cariñoso, la Sociedad Gerry. ¡Es una burla todo esto!
El matrimonio tiene la facultad y el poder de "llevar el caballo al agua" pero, ¿lo ha hecho beber alguna vez? La ley pondrá al padre bajo arresto, y le vestirá con ropas de convicto; ¿pero ha calmado esto, alguna vez, el hambre del niño? Si el padre no tiene trabajo, o esconde su identidad ¿qué hará el matrimonio entonces? Invocar a la ley para traer al hombre ante la "justicia", y ponerlo a salvo detrás de puertas cerradas; pero el trabajo que realice ese padre no va a beneficiar al niño sino al Estado. El niño recibe tan sólo una memoria marchita del traje a rayas de su padre.
En cuanto a la protección de la mujer, ahí radica lo peor del matrimonio. No es que realmente la proteja, pero la idea misma es en sí tan ofensiva, tal ultraje e insulto a la vida, tan degradante de la dignidad humana, como para condenar para siempre a esta institución parasitaria.
Es como aquella otra disposición paternalista…el capitalismo, que priva al hombre de su patrimonio, impide su desarrollo, envenena su cuerpo, lo mantiene en la ignorancia, en la pobreza y en la dependencia, y termina instituyendo instituciones benéficas que sacan provecho hasta del último vestigio del amor propio de un hombre.
La institución del matrimonio hace de la mujer un parásito, absolutamente dependiente. La incapacita en su lucha por la existencia, anula su conciencia social, paraliza su imaginación, y entonces le impone su benévola protección, lo que es realmente una trampa, una parodia de la naturaleza humana.
Si la maternidad es la máxima realización de la naturaleza femenina, ¿qué otra protección requiere aparte del amor y la libertad? El matrimonio no hace más que ensuciar, envilecer y corromper su realización. ¿No le dice acaso a la mujer "sólo a través de mí podrás tú dar la vida"? ¿No la condena, acaso, al encierro, degradándola y avergonzándola si ella se rehusa a comprar su derecho a la maternidad vendiéndose a sí misma? ¿No autoriza el matrimonio la maternidad sólo a través suyo, incluso si la concepción tiene lugar en situaciones de odio u opresión? Con todo, aún si la maternidad fuese el resultado de la libre elección, del amor, del extremo placer, de una pasión insolente, ¿no termina poniendo una corona de espinas sobre una inocente cabeza y grabando con letras de sangre el horrible epíteto, bastardo? Aún si el matrimonio diera cabida a todas las virtudes que pretendidamente se le atribuyen, sus delitos contra la maternidad lo excluirían para siempre del reino del amor.
El amor, el más fuerte y más profundo elemento en toda vida, heraldo de la esperanza, de la felicidad, del éxtasis; el amor, transgresor de toda ley, de toda convención; el amor, el más libre, la impronta más poderosa del destino humano; ¿cómo puede una fuerza tan irresistible ser sinónimo de ese precario e insignificante hierbajo engendrado por el Estado y la Iglesia, el matrimonio?
¿Amor libre? ¡Cómo si el amor pudiese otra cosa que no fuese libre! El hombre ha comprado cerebros, pero ni todos los millones del mundo han podido comprar amor. El hombre ha sojuzgado cuerpos, pero ni todo el poder en la tierra ha podido sojuzgar el amor. El hombre ha conquistado naciones enteras, pero ni todos sus ejércitos podrían conquistar el amor. El hombre ha encadenado y puesto grilletes al espíritu, pero se ha visto totalmente indefenso ante el amor. En lo alto de un trono, con todo el esplendor y la pompa que sus riquezas le puedan ofrecer, el hombre estará pobre y abatido, si el amor lo pasa por alto. Y si llegara a quedarse, la más pobre chabola resplandecerá de calidez, vida y color. Es que el amor tiene el mágico poder de hacer rey a un vagabundo. Sí, el amor es libre, en ninguna otra atmósfera puede habitar. En libertad se da a sí mismo sin reservas, generosamente, totalmente. Todas las leyes de los estatutos, todas las cortes del universo, no podrán desterrarlo una vez que el amor ha echado raíces. Pero, si ocurriese que el suelo fuera infértil, ¿cómo podría el matrimonio hacerle dar frutos? Es como la última lucha desesperada de la vida fugaz contra la muerte.
El amor no necesita protección; él es su propia protección. En la medida en que sea el amor el que engendre vida, no habrá niños abandonados, ni hambrientos, ni faltos de afecto. Yo sé que esto es verdad. Conozco mujeres que han tenido hijos en libertad del hombre que amaban. Hay pocos niños nacidos en el matrimonio que disfrutan del cuidado, la protección, la devoción que una maternidad libre puede ofrecerles.
Los defensores de la autoridad temen el advenimiento de una maternidad libre, porque les quitará su presa. ¿Quién va a luchar en las guerras? ¿Quién va a generar riquezas? ¿Quién va a hacer de policía, de carcelero, si las mujeres se negaran a criar hijas en forma indiscriminada? ¡La estirpe, la estirpe! grita el rey, el presidente, el capitalista, el cura. La estirpe debe ser preservada, aunque la mujer se vea degradada a la condición de mera máquina…. Y la institución matrimonial es nuestra única válvula de seguridad ante el despertar sexual de la mujer. Pero estos esfuerzos desesperados por mantener el estado de servidumbre no darán resultado. Vanas serán también las proclamas de la Iglesia, los fanáticos ataques de los gobernantes, vano incluso el brazo de la ley. La mujer no quiere ser más cómplice en la producción de una estirpe de seres humanos enfermizos, débiles, decrépitos, desgraciados que no tienen la fuerza ni el coraje moral para liberarse del yugo de la pobreza y la esclavitud. Desea, en cambio, menos y mejores hijos, engendrados y criados en el amor, a partir de una decisión libre; no obligada, como lo impone el matrimonio. Nuestros pseudo moralistas todavía tienen que aprender el sentido profundo de responsabilidad hacia el hijo que el amor en libertad ha despertado en el seno de la mujer, que incluso preferiría renunciar para siempre a la gloria de la maternidad antes que dar vida en una atmósfera en que sólo se respira destrucción y muerte. Y si decide ser madre, será para entregarle al hijo lo más entrañable y mejor que su ser pueda ofrecer. Desarrollarse con el hijo será su máxima; sabe bien que sólo de esa manera podrá ayudar a construir auténticos hombres y mujeres.
En el retrato que, con pinceladas maestras, hace de la Sra. Alving, Ibsen debe haber tenido en mente la idea de una madre libre. Ella era la madre ideal porque había superado el matrimonio y todos sus horrores, porque había roto sus cadenas y liberado su espíritu para que renaciera y retornase en una personalidad, regenerada y fuerte. Ay! Fue demasiado tarde para poder salvar la alegría de su vida, su Oswald; pero no lo fue tanto como para darse cuenta de que el amor en libertad es la única condición para vivir una vida plena. Aquél que, como la Sra. Alving, ha debido pagar con lágrimas y sangre por su despertar espiritual, repudiará el matrimonio como una imposición, una banalidad, una burla vacía. Sabrá, bien sea que el amor dure un brevísimo lapso de tiempo o por toda la eternidad, que es la única base creativa, inspiradora, elevadora, para una nueva estirpe, un nuevo mundo.
En nuestra jibarizada condición presente, el amor es realmente un desconocido para la mayoría de la gente. Mal comprendido y esquivo, rara vez echa raíces; y si lo hace, muy pronto se marchita y muere. Su delicadeza no puede soportar no soporta el estrés y la tensión del trajín cotidiano. Su alma es demasiado compleja para adaptarse a la fangosa trama de nuestro tejido social. Llora, gime y se lamenta con aquellos que lo necesitan, pero no están capacitados para ascender a la cima del amor.
Algún día, algún día, hombres y mujeres ascenderán, alcanzarán la cima de la montaña, allí se reunirán grandes, fuertes y libres, dispuestos a recibir, a participar y a bañarse en los dorados rayos del amor. Qué fantasía, qué imaginación, qué genio poético podría prever, aunque fuese sólo aproximadamente, las potencialidades de una fuerza tal en la vida de hombres y mujeres. Si el mundo alguna vez diese a luz a lo que es una auténtica camaradería y unidad, el padre será el amor, nunca el matrimonio.
 
 Emma Goldman: Matrimonio y amor
 


 

 

jueves, 23 de diciembre de 2010

Verdades escondidas






Vivas y presentes siguen también en la memoria estas mujeres, como aquellas 13 rosas fusiladas en Madrid. El pasado agosto, la asociación grabó Verdades Escondidas, un libro-CD que recoge relatos, poemas y vivencias de todas las personas y colectivos que están colaborando en el proyecto. La cantautora Lucía Socam, familiar de una de las víctimas, pone la letra y la música. http://produccionesutopia.blogspot.com/2009/05/lucia-socam-contraste-nuevo-disco.html

http://www.publico.es/espana/343786/hallados-restos-de-las-17-rosas-andaluzas

Hallados restos de las '17 rosas' andaluzas

Las mujeres de Guillena (Sevilla) fueron fusiladas al inicio de la guerra

Corchetes, un botón rosa como los de las rebecas, trozos de zapatillas, pedazos de suelas de goma... Las catas arqueológicas en el cementerio de Gerena (Sevilla) han sacado a la luz las primeras pruebas de lo que familiares y vecinos ya intuían: que hay una fosa y que en ella fueron enterradas17 mujeres de la localidad cercana de Guillena. Fueron fusiladas tras ser paseadas por el pueblo con las cabezas rapadas y llevadas a misa. Son las 17 rosas andaluzas.
En las prospecciones también han sido localizados, en tres capas, restos de cráneos, de tobillos, de caderas, un diente y una bala, que se suma a las 17 halladas en una primera fase, a tan sólo 40 centímetros de las anteriores. "Aún no contamos con las pruebas científicas, pero me siento más aliviada porque tenemos casi la certeza de que las mujeres están ahí", explicó ayer a Público la presidenta de la Asociación 19 Mujeres de Guillena, María José Domínguez, nieta de Manuela Méndez Jiménez, una de ellas.
"El comisario de la Memoria Histórica nos ha ofrecido hacer una prueba de ADN al diente para certificar que, efectivamente, esta es la fosa de las mujeres", afirma José Gabriel Rodríguez, miembro de la asociación.
La principal dificultad para la exhumación es que sobre la fosa se levantan nichos, y el último en cumplir los diez años reglamentarios para poder ser trasladados lo hace en 2017. "Lo vamos a tener muy complicado, porque los nichos no tienen una base sólida, se agrietan solos y el traslado tendría que hacerse con total seguridad", añade Lucía Socam, también miembro de la asociación. Una vez delimitada la fosa, el objetivo es mantener una reunión con los grupos municipales del Ayuntamiento de Gerena, gobernado por el PSOE, para intentar salvar el escollo técnico.

Sin pruebas documentales

Al inicio de la guerra, los falangistas detuvieron a 19 mujeres de Guillena al estar supuestamente sus maridos o familiares vinculados a partidos y sindicatos de izquierda. "Fueron sacadas del depósito carcelario y paseadas públicamente con las cabezas rapadas, llevándolas a misa. Poco después, sin que haya podido precisarse el día con exactitud, 17 de ellas fueron trasladadas a Gerena y asesinadas en su cementerio", cuenta el historiador José María García Márquez en un informe que recoge, con cautela, los testimonios orales de familiares y vecinos. "Solamente dos de las detenidas consiguieron salvar la vida gracias, según los mismos testimonios, a la intervención del médico falangista Juan Palma Chaguaceda", añade. La mayoría tenían niños pequeños y había incluso alguna embarazada.
Los falangistas, no obstante, se cuidaron mucho de no dejar huellas. No existe soporte documental salvo en dos casos: "El de Rosario León Hidalgo, recogido en un expediente administrativo y una inscripción de su muerte en el registro civil, y el de Granada Garzón de la Hera, en expediente instruido por su hija Manuela Aguilera. La mayoría de las víctimas, a su vez, permanecen inscritas en los registros civiles como personas vivas", concluye el informe, entregado a la Junta de Andalucía.
Vivas y presentes siguen también en la memoria estas mujeres, como aquellas 13 rosas fusiladas en Madrid. El pasado agosto, la asociación grabó Verdades Escondidas, un libro-CD que recoge relatos, poemas y vivencias de todas las personas y colectivos que están colaborando en el proyecto. La cantautora Lucía Socam, familiar de una de las víctimas, pone la letra y la música.